Todo el que me conoce puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que yo soy una persona risueña, feliz, optimista, que disfruta de la vida y que nunca, nunca, se queja de nada o de nadie. Intento que la máxima que rija mi vida sea, simplemente, aceptar ésta tal y como es. Sin embargo, todos tenemos nuestros momentos de debilidad, un lapsus momentáneo en el que te cagas en todo lo que se menea, antes de volver a la alegre normalidad. Por muy perfecta que sea la vida, hay que reconocer que hay pequeños, digamos, tumores en ella, que convendría erradicar cuanto antes, y así poder seguir disfrutando.
Pues esto que un día pensé: "Joé, qué cosas más guays me pasan por la cabeza, pobre gente que nunca las conocerá." Y se me ocurrió esto, así que os estoy haciendo un favor. De nada, eh.
25 de julio de 2010
cosas que odio cariñosamente
Todo el que me conoce puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que yo soy una persona risueña, feliz, optimista, que disfruta de la vida y que nunca, nunca, se queja de nada o de nadie. Intento que la máxima que rija mi vida sea, simplemente, aceptar ésta tal y como es. Sin embargo, todos tenemos nuestros momentos de debilidad, un lapsus momentáneo en el que te cagas en todo lo que se menea, antes de volver a la alegre normalidad. Por muy perfecta que sea la vida, hay que reconocer que hay pequeños, digamos, tumores en ella, que convendría erradicar cuanto antes, y así poder seguir disfrutando.
20 de julio de 2010
Tuentiadicto
16 de julio de 2010
Hasta el infinito
No sé a vosotros, pero a mí esta historia me ha influenciado muchísimo. Vamos, ¿quién no ha echado nunca un último vistazo a través de las pestañas a su habitación, desde la cama, esperando ver a algún juguete saltar de la estantería? ¿Quién no ha hablado con su peluche y se ha imaginado que éste le escuchaba y le entendía perfectamente? ¿Quién no ha emulado a Andy, el (demasiado) risueño
En fin que, a raíz de esto, os podéis imaginar con qué ilusión aparecí ayer en la cola del cine Imax, uniéndome a las decenas de niños que saltaban a mi alrededor, gritando esa frase que todos conocemos, con los brazos extendidos como si volaran, y emitiendo extraños sonidos con la boca, como de disparos. Me costó no unirme a ellos, lo confieso. Aprovecho para avisaros: quien tenga pensado ir a verla, que se prepare para las insoportables oleadas de nostalgia que le abordarán desde el primer momento en el que pise la sala. En serio.
Una vez puntualizado esto, paso a la película en sí (no comentaré el corto de antes, porque, sinceramente, no se qué comentar. Raro de cojones.) El comienzo, muy directo y sin introducción alguna no podría ser más redondo, con una escena tan absurda como divertida. Después, se suceden una serie de escenas confusas, por lo menos en cuanto a la reacción del público. Así, lo que hace reír a los niños de cuatro años presentes en la sala, a mí me arranca un sonoro y apenado “ooooh” (por ejemplo, la estrategia inicial de los juguetes con el teléfono móvil, o la aparición de Buster, el perro hiperactivo de la anterior peli).
Y, por encima de todo y de todos, el nuevo personaje de Ken, pijo como él solo (“aquí nadie valora la ropa”), con su casa de ensueño y sus frases profundas estilo Crepúsculo. Y junto a él, miles de pequeños detalles, juguetes inocentes que todos conocemos y que cobran vida para convertirse en todo lo contrario, como el Nenuco diabólico o el desternillante mono de los platillos.
Tras la emocionante escena del vertedero, increíble y épica, pasamos al epílogo, momento en el que se abandona el humor para despedir, uno por uno, a cada personaje, momento en el que te das cuenta de que no les volverás a ver. Y, de repente, te sientes completamente identificado con ese Andy de diecisiete años que se resiste a dejar atrás su infancia.
12 de julio de 2010
La familia es lo más importante
Seguro que cada uno de nosotros pensamos que nuestra familia es especial, algo fuera de lo común. Yo, por lo menos, sí que lo pienso, y me alegra decir que tengo suficientes motivos para ¿presumir? de la, digamos, excentricidad de mis parientes. No voy a ir uno por uno describiéndoles (porque si no, necesitaría varias entradas, no somos precisamente pocos) sino que me voy a centrar en uno de los aspectos más característicos, las reuniones familiares. Las mías llegan a ser tan disparatadas que parece que un grupo de guionistas fumados está detrás de los diálogos. Y es que, por si no fuera poco, estas reuniones se repiten, al menos, dos o tres veces por mes, entendiendo como “reunión” la asistencia a un mismo lugar de más del 70% de los integrantes de la familia. Así, estos encuentros resultan ser un infinito cruce de reproches, chistes con o sin gracia, comentarios impregnados de un sarcasmo más que evidente (que, sin embargo, son repetidos hasta la saciedad, ante la poca habilidad de su destinatario para pillar los dobles sentidos), risas estridentes y contagiosas, cánticos que acaban en un tímido murmullo al comprobar que nadie los sigue, brindis sin sentido producto del alcohol… Este alboroto tan solo se detiene cuando alguien es capaz de reunir las fuerzas suficientes para implorar entre gritos que “por favor, que os calléis, coñe, que no entiendo nada”. Y a veces, ni eso sirve.
En muchas ocasiones, curiosamente, estas reuniones se celebran con el fútbol como principal motivo (mierda, ya lo tuve que nombrar), si bien, al terminar las mismas, el deporte tan solo está presente en la tele encendida de fondo, sin nadie sentado frente a ella. Resumiendo mucho, podemos decir que estas tardes futboleras se componen de varios elementos a tener en cuenta:
1. El experto, miembro de la familia que conoce los entresijos de cada jugada y que iba para entrenador del Real Madrid. Es capaz de decirte el número exacto de escupitajos que debe proyectar un jugador para conseguir el equilibrio corporal adecuado para sacar un córner.
2. El aburrido. Se dedica a pulular por el salón sentándose y levantándose continuamente, opinando sobre lo feo que es el entrenador del equipo contrario, o bien comentando sarcásticamente lo bien que juega un jugador que ni siquiera está convocado al partido. Es aconsejable ignorarle.
3. El "Maldini". Conoce el álbum de cromos de la temporada 1956-1957 de Armenia, pero no te sabe decir si un equipo está jugando bien o mal. En todo caso, puede recurrir a comentarios obvios del estilo "ahora vendría bien un gol".
4. El desinformado, que intenta no aparentar serlo, aunque no siempre lo consigue. Suele hablar cada cinco segundos, en vez de ser listo y callarse. No os extrañéis si anima a Pau Gasol.
5. El agobiado. Mantiene la mirada fija en la pantalla, sin parpadear, en silencio, pero cuidado, porque sin previo aviso, puede soltar un "mecagoenlaputa" de cinco mil megaherzios. Más te vale no estar delante si el equipo contrario mete un gol. Si el que lo mete es su equipo... también apártate, su abrazo te podría matar.
6. El "mecreoquesoytransparente". Como su propio nombre indica, se trata de una persona que no ve ningún problema en colocarse delante de la pantalla, incluso durante un penalty. Total, "solo es un partido de fútbol". No se lo echéis en cara, puede indignarse, la bronca se alargará y nunca se quitará de en medio. Hacedme caso.
7. La abuela. Por lo menos en mi caso, permanece callada estudiando cuidadosamente cada movimiento de los jugadores, y tan solo interrumpe para preguntar que "quién es ese del moño que sale ahora". Atención a sus facultades: si dice gol, es gol, no importa si estás viendo un partido de baloncesto. Aprovéchalo: pon dos cajas con dentaduras postizas y el escudo de cada equipo pegado en ellas, y a ver cuál coje. Toma ya, Paul.
Por supuesto, existen muchas más variantes, pero ya me ha salido suficientemente larga la entrada. Mira tú, es que aunque me haya propuesto no hacerlo, me he ido al fútbol otra vez. Es inevitable, somos CAMPEONES. Vale, ya lo dejo. Un saludo y hasta la próxima.
8 de julio de 2010
¿Podemos?
6 de julio de 2010
Tic Tac
5 de julio de 2010
Primer Paso
En fin, espero que este blog no siga ese vergonzoso ejemplo y se convierta en un amago de blog a los pocos días. Tengo varios indicios de peso para creer que no lo hará. Primero, estamos en julio; Por lo menos en mi vida, julio supone una lucha constante contra el aburrimiento. Segundo, estoy prácticamente solo, y, por tanto, sin demasiadas distracciones (no sintáis lástima por mí, soy de esa clase de personas que también disfruta con la soledad). Y tercero, la más temblequeante y, por otra parte, contundente de mis razones, es que me apetece tener un sitio donde escribir lo que se me pasa por la cabeza, al margen de las acaloradas batallas de elfos con las que tendré que cargar en breve.
Después de todo este rollo, entendería que no quisieras seguir leyendo las posibles entradas que le sigan, incluso puede que te hayas cansado en el primer párrafo y no puedas leer esta disculpa, pero qué se le va a hacer.
No puedo decir mucho más, aparte del clásico "espero que lo disfrutéis". Perdonad mi abrumadora sinceridad, pero casi prefiero "espero que yo lo disfrute", básicamente, porque, si yo no lo disfruto, entonces se acabó el blog, ergo, se acabó vuestro disfrute.
Un último apunte: como siempre suelo escribir con música de fondo, escribiré en cada entrada la canción que he escuchado en el momento de escribirla. ¿Algo inútil? Sí. Pero me da la gana, cojones.
Un saludo y hasta la próxima.