Y es que a veces olvidamos que hay personas de verdad detrás de cada tweet, de cada post, de cada foto de un vaso del Starbucks en Instagram (también hay vasos del Starbucks de verdad detrás de cada foto de un vaso del Sarbucks en Instagram, ¡no les olvidéis!). Si eres gracioso en la red, la gente esperará que por la calle vayas gritando chistes a cada uno que pase por al lado. Si eres romántico en la red, se sorprenderán cuando te oigan eructar la canción de Call me maybe, grumos de por medio. Si eres guapa o misteriosa en la red, te escupirán a tu cara de cayo malayo en cuanto les digas "hola". La presión te obliga a seguir siendo en todo momento quienes todos creen que eres, incluso cuando en realidad, todos (incluido esos que presionan) somos más o menos aburridos, más o menos feos, más o menos tontos, más o menos normalillos. No somos gente excesivamente interesante, ni culta, ni ingeniosa, ni mucho menos tan sociables como hacemos ver. ¿Quién no ha tenido ese compañero callado y asustadizo en clase que luego en la red es capaz de comportarse borde y hacer chistes de tetas a cada comentario? (muchos de vosotros probablemente seréis ese compañero).
Enseguida estoy contigo
Pues esto que un día pensé: "Joé, qué cosas más guays me pasan por la cabeza, pobre gente que nunca las conocerá." Y se me ocurrió esto, así que os estoy haciendo un favor. De nada, eh.
1 de marzo de 2013
Postureo obligado
Y es que a veces olvidamos que hay personas de verdad detrás de cada tweet, de cada post, de cada foto de un vaso del Starbucks en Instagram (también hay vasos del Starbucks de verdad detrás de cada foto de un vaso del Sarbucks en Instagram, ¡no les olvidéis!). Si eres gracioso en la red, la gente esperará que por la calle vayas gritando chistes a cada uno que pase por al lado. Si eres romántico en la red, se sorprenderán cuando te oigan eructar la canción de Call me maybe, grumos de por medio. Si eres guapa o misteriosa en la red, te escupirán a tu cara de cayo malayo en cuanto les digas "hola". La presión te obliga a seguir siendo en todo momento quienes todos creen que eres, incluso cuando en realidad, todos (incluido esos que presionan) somos más o menos aburridos, más o menos feos, más o menos tontos, más o menos normalillos. No somos gente excesivamente interesante, ni culta, ni ingeniosa, ni mucho menos tan sociables como hacemos ver. ¿Quién no ha tenido ese compañero callado y asustadizo en clase que luego en la red es capaz de comportarse borde y hacer chistes de tetas a cada comentario? (muchos de vosotros probablemente seréis ese compañero).
9 de mayo de 2012
Madurar
25 de agosto de 2011
Amén
El verano en Madrid es increíblemente agradable. La brisa marina sacude las floridas ramas de los árboles, mientras los ciudadanos pasean felices por las avenidas, dejando que el sol acaricie suavemente su piel y la broncee sin quemarla. Los pajaritos azules esos que siempre salían en las películas de Disney también se dejan ver, revoloteando en bandada y refrescándose en las fuentes del Retiro. Toda la ciudad respira tranquilidad, paz y armonía, y ni una sola gota de contaminación.
24 de julio de 2011
Rebelde sin consecuencia
Yo me considero un rebelde, pero de los moderaditos. Por ejemplo, digamos que me la traen floja las reglas que me impone la sociedad pero las sigo cumpliendo. Eso sí, irónicamente. Si mis padres me dicen que tengo que fregar lo haré, sí, pero con un afilado sarcasmo que no pasará desapercibido. Si decido ponerme a ver High School Musical mientras coreo las canciones, saltando en el sofá y llorando por lo guapo que es Zac Efron, mi dura crítica contra el sistema será palpable en cada una de mis lágrimas. Porque soy un malote, el mundo me ha hecho así.
14 de junio de 2011
Comedias románticas o cómo vomitar purpurina
Hoy, por desgracia, no os escribo como mera diversión, así como no pretendo que os divirtáis. Esto es serio, borrar esa estúpida sonrisa que asumo que estaréis poniendo (y a los que no, menudos amargados, ¿no? que reír es gratis, hombre) y escuchad atentamente, porque de ello depende vuestra supervivencia y la mía.
7 de junio de 2011
La edad del pavo
Resulta que, una vez al año, se cumple un año más desde que nací. Ante tan magnífica y sorprendente coincidencia, que, magnifica y sorprendentemente, se repite cada año, ¿qué puedo hacer, aparte de sentirme impotente y, por qué no, un año más viejo, aparte de gritarles a todo el mundo que dejen los regalos en la puerta, que se vayan a tomar por culo, y quedarme comiendo tarta hasta las seis de la mañana mientras me indigno por lo fáciles que son los pasatiempos de los call tv?
7 de septiembre de 2010
Nadar en mares pequeños
Uno de los aspectos más irritantes de esta estación, junto con el agobiante calor o la programación cansina de las cadenas televisivas, es la inmensa oleada de los llamados "éxitos del verano", o, lo que es lo mismo, esos amagos de canciones que se componen una mañana de resaca en la servilleta del bar de la esquina, que son escuchadas hasta hartarse durante los tres meses, pero que, por arte de magia, son olvidadas (y menos mal) a principios de septiembre.
25 de julio de 2010
cosas que odio cariñosamente
Todo el que me conoce puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que yo soy una persona risueña, feliz, optimista, que disfruta de la vida y que nunca, nunca, se queja de nada o de nadie. Intento que la máxima que rija mi vida sea, simplemente, aceptar ésta tal y como es. Sin embargo, todos tenemos nuestros momentos de debilidad, un lapsus momentáneo en el que te cagas en todo lo que se menea, antes de volver a la alegre normalidad. Por muy perfecta que sea la vida, hay que reconocer que hay pequeños, digamos, tumores en ella, que convendría erradicar cuanto antes, y así poder seguir disfrutando.
20 de julio de 2010
Tuentiadicto
16 de julio de 2010
Hasta el infinito
No sé a vosotros, pero a mí esta historia me ha influenciado muchísimo. Vamos, ¿quién no ha echado nunca un último vistazo a través de las pestañas a su habitación, desde la cama, esperando ver a algún juguete saltar de la estantería? ¿Quién no ha hablado con su peluche y se ha imaginado que éste le escuchaba y le entendía perfectamente? ¿Quién no ha emulado a Andy, el (demasiado) risueño
En fin que, a raíz de esto, os podéis imaginar con qué ilusión aparecí ayer en la cola del cine Imax, uniéndome a las decenas de niños que saltaban a mi alrededor, gritando esa frase que todos conocemos, con los brazos extendidos como si volaran, y emitiendo extraños sonidos con la boca, como de disparos. Me costó no unirme a ellos, lo confieso. Aprovecho para avisaros: quien tenga pensado ir a verla, que se prepare para las insoportables oleadas de nostalgia que le abordarán desde el primer momento en el que pise la sala. En serio.
Una vez puntualizado esto, paso a la película en sí (no comentaré el corto de antes, porque, sinceramente, no se qué comentar. Raro de cojones.) El comienzo, muy directo y sin introducción alguna no podría ser más redondo, con una escena tan absurda como divertida. Después, se suceden una serie de escenas confusas, por lo menos en cuanto a la reacción del público. Así, lo que hace reír a los niños de cuatro años presentes en la sala, a mí me arranca un sonoro y apenado “ooooh” (por ejemplo, la estrategia inicial de los juguetes con el teléfono móvil, o la aparición de Buster, el perro hiperactivo de la anterior peli).
Y, por encima de todo y de todos, el nuevo personaje de Ken, pijo como él solo (“aquí nadie valora la ropa”), con su casa de ensueño y sus frases profundas estilo Crepúsculo. Y junto a él, miles de pequeños detalles, juguetes inocentes que todos conocemos y que cobran vida para convertirse en todo lo contrario, como el Nenuco diabólico o el desternillante mono de los platillos.
Tras la emocionante escena del vertedero, increíble y épica, pasamos al epílogo, momento en el que se abandona el humor para despedir, uno por uno, a cada personaje, momento en el que te das cuenta de que no les volverás a ver. Y, de repente, te sientes completamente identificado con ese Andy de diecisiete años que se resiste a dejar atrás su infancia.