25 de julio de 2010

cosas que odio cariñosamente


Todo el que me conoce puede afirmar, sin miedo a equivocarse, que yo soy una persona risueña, feliz, optimista, que disfruta de la vida y que nunca, nunca, se queja de nada o de nadie. Intento que la máxima que rija mi vida sea, simplemente, aceptar ésta tal y como es. Sin embargo, todos tenemos nuestros momentos de debilidad, un lapsus momentáneo en el que te cagas en todo lo que se menea, antes de volver a la alegre normalidad. Por muy perfecta que sea la vida, hay que reconocer que hay pequeños, digamos, tumores en ella, que convendría erradicar cuanto antes, y así poder seguir disfrutando.
El aburrimiento veraniego me ha dotado del tiempo necesario para elaborar una simple y modesta lista de los que, en mi opinión, son estos tumores:

1. La gente que se cree "flamenquilla" por emitir un par de berridos acompañados de unas palmas del todo arrítmicas. Me saca de quicio, no lo soporto. Si no has nacido para cantar, ni lo intentes, por el bien de todos. Decir un par de "oles" al final de cada estrofa y hacer esa cosa rara con los dedos, como tocando castañuelas invisibles, no hace más que empeorar tu ya muy desmejorada imagen. Ah, sí: "Fondo Flamenco" está muy en el Fondo del Flamenco. No lo escuches.

2. Los abre-fáciles. LOS COJONES. Si fuera tan fácil no me tiraría diez minutos mordiendo un cacho de plástico, en busca de una pequeña fisura por donde exprimir el ketchup. Sí, tampoco es que yo sea muy hábil, pero joder, si quieres que sea fácil, ponle una maldita cremallera al sobre. Aceptadlo, nadie hace caso a esas líneas discontinuas que marcan por donde abrirlo. Al final lo que cuenta es quién tiene unos paletos lo suficientemente potentes como para rajar el envoltorio por el primer sitio que encuentre.

3. Las cazadas, nombre común que se le da a esas fotos que se hacen sin avisar a la víctima. A ver, aspirante a deficiente del año, cariñosamente llamado "el niño de la camarita", ¿Acaso te crees gracioso por jugar con el flash en las narices de la gente? Sí, te aburres, pero yo no tengo la culpa, y, para serte sincero, me da pereza levantarme para darte una ostia y, de paso, borrar las quinientas fotos de mí bostezando o con cara de empanado. Así que es mucho más sencillo para los dos que te estés quietecito, ¿estamos?

4. Los violines. Sí, lo siento, sé que, siendo músico, debería asombrarme la elegancia de este instrumento y la maestría de el que lo toca (y en muy contadas ocasiones lo hace), pero es que suena a gato atropellado. Reconocedlo, vamos. A mí no me engañais con esas caras fingidas de éxtasis y admiración suprema cuando lo escucháis, el temblor histérico de vuestros párpados es un claro síntoma de que desearíais estar muertos antes de soportar eso. La clave, y recordad esto, está en los tapones de cera.
5. Las señoras octogenarias que insisten tozudamente en no ceder su sitio a un inocente niño de siete años en la cabalgata de los Reyes Magos. Por desgracia, en esto tengo experiencia, y puedo asegurar que no es nada bonito meter las manos entre las piernas de una vieja antipática, apretando la cara contra su culo, para ser capaz de llegar a los caramelos. ¿Cómo voy a conseguir que Baltasar se fije en mí y me adopte como paje real si tengo delante a la doble de Carmen Sevilla? ¡Así no hay quien se publicite, hombre!

6. El roce de la ropa contra la espalda quemada por el sol. Es que no hay cosa más desesperante y dolorosa. Puedes volverte loco, no es coña. Yo llegué a pensar que me había equivocado, que me había puesto la camiseta de papel de lija en vez de la de algodón. Para qué esconderlo, no me hace ilusión parecerme al cangrejo de La Sirenita. Ah, y dejemos ya de tragarnos el mito ese de que el rojo se convierte en moreno, os puedo asegurar que no.

7. Que me pregunten "¿Has visto alguna vez ese capítulo de Friends en el que...?". A ver, si no me conoces, puedo hacer un esfuerzo para no matarte, pero basta con que haya hablado dos minutos con alguien para que se dé cuenta de que mi vida gira en torno a esa serie. Claro que he visto el capítulo, imbécil del culo, ¿o es que las diez temporadas en Dvd sobre mi estantería no son una prueba lo suficientemente concluyente para tí?

8. Notar de reojo que alguien te está mirando. A todos nos cuesta encontrar algo de entretenimiento en el metro, pero tampoco te lo vas a pasar genial mirándome, ¿no? Sonará algo egocéntrico, pero estoy harto de apartar la mirada del libro y encontrarme veinte pares de ojos. Sí, lo sé, soy raro por leerme un tochazo en pleno verano en el metro a las diez de la mañana, pero más raro es lo que haces tú. Tonto.

9. Flipy. Sí, Flipy. No soporto la vergüenza ajena que me provoca su sección. ¡Qué buenísima idea, traer a grandes estrellas del cine a tu programa para colocarles una bata, unas gafas y enseñarles cómo chafas de nuevo tu amago de experimento! ¿Una entrevista seria? ¡Vaya chorrada! Por favor, si se nota que no sabes ni lo que dices cuando hablas del "cianuro potásico atomizado". Y para colmo, haces una película, un gran éxito, por cierto. A tu madre le habrá encantado. Da gracias que tus gafas no tienen cristales, te libras de que te los rompa de un ostión.

10. Los típicos grupos pop-rock para adolescentes histéricas. ¿Es que nadie se da cuenta? Siempre hay un malote, un chulo, uno callado y uno teñido de rubio. Y con eso vale, ya lo tienes todo hecho, las tías se pelearán por coleccionar cada escupitajo que lances. Puaj. Y hay decenas de grupos así, ¿eh? A primera vista, te puedo decir McFly, Son of Dork, All Time low, Blink 182, Busted, Simple Plan... Para mí que todos son el mismo.

11. Que nadie me diga que soy "mono", ¿vale? Lo dejo claro por aquí, ya que me doy cuenta de que gritarlo en medio de la calle está mal visto. Sí, aparento menos años de los que tengo, pero creo que a cinco no llego, ¿no? Si eso, os dejo llamarme "pivón" o "cacho de hombre" o "Dios", si es que eso os hace feliz. Por vosotras lo que haga falta. Pero de "mono", nada.

12. Las señoras que se sientan después de cenar a ver el "Sálvame Deluxe" para criticarlo. A ver, así no vais a engañar a nadie, si tanto lo aborreces es tan fácil como estirar el dedo y pulsar un botón del mando. Si no quieres, por lo menos ahórrate esos resoplidos de indignación cada vez que Jorge Javier mencione el pene de algún famosillo, cada vez que Carmele quiera cantar, o cada vez que Belén Esteban.. hable.

13. Darme cuenta de que el mayordomo tiene su día libre justo cuando me apetece una sesión de masaje tailandés. En serio, es lo peor de todo, seguro que vosotros tampoco lo soportáis. Y claro, ni el cocinero ni el chófer saben la técnica oriental, así que no vale con pedírselo a ellos. Por suerte, basta con contratar dos o tres criados de repuesto, y todo arreglado. Aún así, todavía tengo alguna pesadilla con el dichoso tema como protagonista.

Y bueno, creo que eso es todo, aunque se me ocurrirán cincuenta más en cuanto deje de escribir. Desde aquí os animo a que configuréis vosotros mismos vuestras propias listas, y todos podremos contribuir a hacer de éste un mundo más feliz. Si no tenéis mucha idea de qué poner en esta lista, pues no sé, podéis pensar, por ejemplo, en Jorge Lorenzo, los pokeros, George Bush, Jack Black, el pescado, Antonio Resines, el reguetón, Maradona, los perros que parecen ratas, las ratas que parecen perros, Florentino Pérez, los abdominales femeninos, el ciclismo, las pelis cutres de Antena 3 del fin de semana, Crepúsculo, Los Protegidos, Lewis Hamilton, los libros estilo "Perdona si te llamo amor", el guión de las pelis porno, el final de "Perdidos", los últimos trabajos de Disney, o el Barça. Pero vamos, eso son solo mis propuestas, ya tendréis vosotros las vuestras.
En fin, hasta la próxima.

20 de julio de 2010

Tuentiadicto


Pues de esto que vas un día tan tranquilo y te encuentras dos peticiones de amistad en esta cosa llamada Tuenti. En color azul, dos nombres que no reconozco de nada. La lista de amigos comunes, vacía. En la petición, un mensaje estándar del tipo "Hola, jejeje, qe tal?", mismo modelo en ambas. Lo primero, claro está, estudiar minuciosamente sus fotos principales, en busca de imperfecciones físicas (normalmente, me fijaría antes en su belleza interior, pero en las redes sociales ese campo está todavía poco desarrollado). Lo segundo, echarle un rápido vistazo a los mensajes publicados por sus amigos en su perfil, en busca de un exceso de haches intercaladas, emoticonos, o frases que son una magnífica obra de arte abstracto, pero que no las lee ni su padre. (tomando como ejemplo "MiH PeeQéNiaa RuuBiiTAh, Tee AMiiShieeLoH dee CooRaaSóoOn' ]*" Duele, lo sé.) Y en tercer lugar, mirar de reojo el resto de sus fotos, esto ya por pura curiosidad, porque descartados los otros dos planos, algo muy malo tiene que pasar para que no obtengan tu aprobación.
Ah, y es entonces cuando te percatas de que en más de la mitad de sus fotos aparecen sujetos como Justin Bieber, ese grandísimo cantante tan injustamente tratado, y Zac Efron, ese... ese. (Lo siento, con este último ni el sarcasmo me sale).
Ah, y es entonces cuando emites un gran "pues que te folle un pez" y le das el botón de ignorar la petición de amistad.

Así es el mundo de las redes sociales. Un fantástico y emocionante lugar donde la amistad (o el odio) puede nacer de algo tan simple como el supuesto parecido entre tu pelo y el de alguna pseudoestrella del panorama pseudomusical.



A todo el que no tenga cuenta abierta en ninguna red social, siempre que no esté ocupado con su colección de pestañas y le llegue el wifi a su cueva en el culo del mundo para que lea esta entrada, le avisaré de que éste mundo del que hablamos también puede ser un mundo desesperante. Por nombrar cualquier defecto, podría centrarme en la continua afluencia de invitaciones para que te unas a eventos y páginas, muchas de las cuales promocionan premisas algo extrañas. A ver, vamos a dejarlo claro: no, no quiero cambiar de color mi Tuenti, aunque entiendo que ver de repente tus mensajes con el color rosa chillón de fondo puede ser una experiencia fascinante.

Así en general, digamos que estas redes son el opuesto completo a la privacidad. Olvídate de mantener una conversación trascendente (por lo menos algo más trascendente que MiH PeeQéNiaa RuuBiiTAh etcétera) sin que nadie se entere, y prepárate tú para enterarte, voluntariamente o no, de todas las cosas que hagan tus "amigos", o esa lista de personas con las que tan solo has hablado una vez, para preguntarles si tenían Tuenti. Esto no me molesta, considerando que los datos privados de muchos de mis amigos se basan en que han batido el récord en no se qué juego en el que sólo participan ellos.

El nombre de red social es muy acertado, desde luego. Porque engancharte, engancha lo suyo. Y a ver luego cómo sales. En estos casos no sirve el consejo de Buscando a Nemo, "decirle a todos los peces que naden hacia abajo", más que nada, porque a los que estamos enganchados no nos queda más por nadar, estamos bien hundidos en el fondo. Y lo peor, lo digo por experiencia, es no ser capaz de dejarlo ni siquiera en verano, cuando casi todo el mundo se ha ido fuera y yo estoy aquí chateando con los pocos que consiguen internet allí donde van. (así que es comprensible que llegue a mantener conversaciones de 450 mensajes). En serio, a ver si se me quita la gilipollez de darle a "Inicio" cada cinco segundos. No sé que se me pasará por la cabeza, a lo mejor, por casualidades de la vida, en esos cinco segundos todo el mundo se ha conectado a la vez y tengo setecientos comentarios por contestar. O, a lo mejor, no, y me resigno a esperar otros cinco segundos.
Así es la vida de un tuentiadicto, qué se le va a hacer.



16 de julio de 2010

Hasta el infinito


Así es, ayer mismo tuve el honor de asistir al preestreno de la película que muchos de nosotros deseábamos ver desde hace mucho tiempo: Toy Story 3, el último episodio de la saga.

No sé a vosotros, pero a mí esta historia me ha influenciado muchísimo. Vamos, ¿quién no ha echado nunca un último vistazo a través de las pestañas a su habitación, desde la cama, esperando ver a algún juguete saltar de la estantería? ¿Quién no ha hablado con su peluche y se ha imaginado que éste le escuchaba y le entendía perfectamente? ¿Quién no ha emulado a Andy, el (demasiado) risueño
niño del film, y ha organizado una lucha épica de muñecos en el suelo de su cuarto? Yo sí, y menudas las que he montado. Si mi conejo de peluche tuviera vida, estaría traumatizado de tantas luchas contra Son Goku.

En fin que, a raíz de esto, os podéis imaginar con qué ilusión aparecí ayer en la cola del cine Imax, uniéndome a las decenas de niños que saltaban a mi alrededor, gritando esa frase que todos conocemos, con los brazos extendidos como si volaran, y emitiendo extraños sonidos con la boca, como de disparos. Me costó no unirme a ellos, lo confieso. Aprovecho para avisaros: quien tenga pensado ir a verla, que se prepare para las insoportables oleadas de nostalgia que le abordarán desde el primer momento en el que pise la sala. En serio.

Una vez puntualizado esto, paso a la película en sí (no comentaré el corto de antes, porque, sinceramente, no se qué comentar. Raro de cojones.) El comienzo, muy directo y sin introducción alguna no podría ser más redondo, con una escena tan absurda como divertida. Después, se suceden una serie de escenas confusas, por lo menos en cuanto a la reacción del público. Así, lo que hace reír a los niños de cuatro años presentes en la sala, a mí me arranca un sonoro y apenado “ooooh” (por ejemplo, la estrategia inicial de los juguetes con el teléfono móvil, o la aparición de Buster, el perro hiperactivo de la anterior peli).


Ya dentro del nudo, destaco dos cosas, seguramente las que hacen que esta película sea tan genial. Por un lado, la sobresaliente secuencia en plan “La Gran Evasión”, sobretodo el momento “Señor Tortita”. (Sé que no entendéis una mierda, pero esperad a verlo). Y por otro, la conversión de Buzz Lightyear al modo hispano, o, llamémosle, modo telenovela. Nadie en la sala se rió más alto que yo al ver como intentaba seducir a Jessie bailando una especie de pseudo flamenco (ya podrían haberse documentado mejor). Hay que reconocerle a Pixar la virtud (entre otras muchas) de calcar las expresiones faciales; saben exactamente cómo debe mover cada músculo de la cara su personaje para causarte una carcajada.

Y, por encima de todo y de todos, el nuevo personaje de Ken, pijo como él solo (“aquí nadie valora la ropa”), con su casa de ensueño y sus frases profundas estilo Crepúsculo. Y junto a él, miles de pequeños detalles, juguetes inocentes que todos conocemos y que cobran vida para convertirse en todo lo contrario, como el Nenuco diabólico o el desternillante mono de los platillos.

Tras la emocionante escena del vertedero, increíble y épica, pasamos al epílogo, momento en el que se abandona el humor para despedir, uno por uno, a cada personaje, momento en el que te das cuenta de que no les volverás a ver. Y, de repente, te sientes completamente identificado con ese Andy de diecisiete años que se resiste a dejar atrás su infancia.

¿Me falta algo? ¡Ah, sí! Que sepáis que las palomitas adelgazan y que las gafas 3D siguen siendo la misma mierda que eran hace unos años.

Pido perdón por una entrada tan extraña, pero es que no os hacéis a la idea de cuánto me gustó, y no se me da bien escribir sobre las cosas que me gustan. Admitámoslo, es mucho más fácil meterse irónicamente con algo que alabarlo.

Poco más. Os recomiendo que la vayáis a ver en cuanto salga, no lo lamentaréis. Aunque parecía imposible, Pixar se ha vuelto a superar.

Nothin' on you - B.o.b. y Bruno Mars.

12 de julio de 2010

La familia es lo más importante


Muy buenas tardes. Ante todo, debo pediros disculpas por mi tardanza en actualizar, pero todos sabemos que este fin de semana ha estado movidito, así que no he podido escribir en ningún momento. No voy a hacer ninguna entrada del mundial, porque ya hice una y porque se repite a diario en todos los medios y estoy más que seguro que lo tendréis muy masticado. Asimismo, evitaré comentar cualquier aspecto futbolístico durante la entrada. Será difícil, no prometo nada. He elegido un tema muy distinto, basándome en mi experiencia de este fin de semana (exceptuando la parte correspondiente al domingo, de 20:30 a 23:00 de la noche... Noooo, Guille, que no vas a hablar de eso, contrólate). Así que, sin más, voy a ello.

Seguro que cada uno de nosotros pensamos que nuestra familia es especial, algo fuera de lo común. Yo, por lo menos, sí que lo pienso, y me alegra decir que tengo suficientes motivos para ¿presumir? de la, digamos, excentricidad de mis parientes. No voy a ir uno por uno describiéndoles (porque si no, necesitaría varias entradas, no somos precisamente pocos) sino que me voy a centrar en uno de los aspectos más característicos, las reuniones familiares. Las mías llegan a ser tan disparatadas que parece que un grupo de guionistas fumados está detrás de los diálogos. Y es que, por si no fuera poco, estas reuniones se repiten, al menos, dos o tres veces por mes, entendiendo como “reunión” la asistencia a un mismo lugar de más del 70% de los integrantes de la familia. Así, estos encuentros resultan ser un infinito cruce de reproches, chistes con o sin gracia, comentarios impregnados de un sarcasmo más que evidente (que, sin embargo, son repetidos hasta la saciedad, ante la poca habilidad de su destinatario para pillar los dobles sentidos), risas estridentes y contagiosas, cánticos que acaban en un tímido murmullo al comprobar que nadie los sigue, brindis sin sentido producto del alcohol… Este alboroto tan solo se detiene cuando alguien es capaz de reunir las fuerzas suficientes para implorar entre gritos que “por favor, que os calléis, coñe, que no entiendo nada”. Y a veces, ni eso sirve.

En muchas ocasiones, curiosamente, estas reuniones se celebran con el fútbol como principal motivo (mierda, ya lo tuve que nombrar), si bien, al terminar las mismas, el deporte tan solo está presente en la tele encendida de fondo, sin nadie sentado frente a ella. Resumiendo mucho, podemos decir que estas tardes futboleras se componen de varios elementos a tener en cuenta:

1. El experto, miembro de la familia que conoce los entresijos de cada jugada y que iba para entrenador del Real Madrid. Es capaz de decirte el número exacto de escupitajos que debe proyectar un jugador para conseguir el equilibrio corporal adecuado para sacar un córner.

2. El aburrido. Se dedica a pulular por el salón sentándose y levantándose continuamente, opinando sobre lo feo que es el entrenador del equipo contrario, o bien comentando sarcásticamente lo bien que juega un jugador que ni siquiera está convocado al partido. Es aconsejable ignorarle.

3. El "Maldini". Conoce el álbum de cromos de la temporada 1956-1957 de Armenia, pero no te sabe decir si un equipo está jugando bien o mal. En todo caso, puede recurrir a comentarios obvios del estilo "ahora vendría bien un gol".

4. El desinformado, que intenta no aparentar serlo, aunque no siempre lo consigue. Suele hablar cada cinco segundos, en vez de ser listo y callarse. No os extrañéis si anima a Pau Gasol.

5. El agobiado. Mantiene la mirada fija en la pantalla, sin parpadear, en silencio, pero cuidado, porque sin previo aviso, puede soltar un "mecagoenlaputa" de cinco mil megaherzios. Más te vale no estar delante si el equipo contrario mete un gol. Si el que lo mete es su equipo... también apártate, su abrazo te podría matar.

6. El "mecreoquesoytransparente". Como su propio nombre indica, se trata de una persona que no ve ningún problema en colocarse delante de la pantalla, incluso durante un penalty. Total, "solo es un partido de fútbol". No se lo echéis en cara, puede indignarse, la bronca se alargará y nunca se quitará de en medio. Hacedme caso.

7. La abuela. Por lo menos en mi caso, permanece callada estudiando cuidadosamente cada movimiento de los jugadores, y tan solo interrumpe para preguntar que "quién es ese del moño que sale ahora". Atención a sus facultades: si dice gol, es gol, no importa si estás viendo un partido de baloncesto. Aprovéchalo: pon dos cajas con dentaduras postizas y el escudo de cada equipo pegado en ellas, y a ver cuál coje. Toma ya, Paul.

Por supuesto, existen muchas más variantes, pero ya me ha salido suficientemente larga la entrada. Mira tú, es que aunque me haya propuesto no hacerlo, me he ido al fútbol otra vez. Es inevitable, somos CAMPEONES. Vale, ya lo dejo. Un saludo y hasta la próxima.

All Over It - Jamie Cullum.

8 de julio de 2010

¿Podemos?







Es curioso ver cómo cuarenta y siete millones de personas, todas diferentes, cada uno con los atributos que nos hacen especiales, cada uno con nuestras virtudes y SUS defectos, cada uno con nuestras obsesiones maníacas, nuestra paranoia permanente y nuestra continua agresividad hacia el resto de las personas (ah, cómo, ¿solo yo?) nos lleguemos a sentir parte de un mismo país, cosa que rara vez ocurre, por un simple partido de fútbol. Noventa minutos de mierda a miles de kilómetros de nuestra, por lo visto, querida nación. Y con eso parece que sirve. Que tomen nota los políticos; ¿cómo salir ganando en las encuestas? Pon a veintidós tíos corriendo detrás de una bola en el culo del mundo y ya lo tienes. Fácil, ¿verdad?

A pesar de la marcada ironía con la que he empezado (supongo que ya estaréis acostumbrados, aunque solo lleve tres entradas), tengo que reconocer que, por suerte o por desgracia, formo parte de esos cuarenta y siete millones de personas que ayer estuvieron al borde del infarto, sentados junto a la tele, gritándole a la pantalla como si así consiguieran comunicarse con los jugadores. La verdad es que ahora me doy cuenta, y perdonad que suene como mi madre por unos segundos: el fútbol nos vuelve gilipollas. Especialmente gilipollas cuando ganamos, como ayer. Si no es así, explicadme cómo cojones llegó un servidor a meter su cabeza bajo la manguera de agua helada nada más acabar. Que alguien me diga cómo llegó esa serie de vocablos sucesivos en mayúsculas y con escaso sentido a mi estado del Tuenti (cito textualmente: "JODERMECAGOENLAPUTAOSTIAVIVAESPAÑACOÑO").
Lo dicho. Gilipollas perdido.

Metiéndome ya de lleno en el tema, la verdad es que me sorprende que la gente se muestre tan expresiva a la hora de celebrar la victoria. Perdonad que me haya explicado tan mal, pero seguro que sabéis de qué hablo. Esa escena, que tantas veces se ha repetido, de ir andando por una calle cualquiera y que se te acerque un gordo sudoroso con una bandera como única vestimenta a gritarte al oído que "somos los mejores", "podemos, coño, podemos" y "lololololololo" (sílaba muy popular en el cancionero español). Esa escena que, de no ser por el contexto, formaría parte de mis pesadillas cada noche (acompañando a Ronald Mcdonald).

También nos volvemos todos muy patriotas, sentimos repentino amor por nuestro país, pero, ¿qué significa realmente el patriotismo? ¿Basta con agitar una bandera como un poseso por la calle, o además hay que torear a los coches con ella? ¿Para ser patriota, es estrictamente obligatorio ensordecer a medio Madrid con el claxon a las dos de la madrugada? ¿Se puede pasar por alto la incómoda parte de acosar a los guiris que se atreven a pasear porla castellana en fechas así?
No sé en el vuestro, pero en mi caso, el patriotismo implica mucho más. Ser patriota significa insultar como un poseso a Pedro por ser tan soberanamente chupón (estoy hablando de fútbol). Significa hacer un corte de mangas cada vez que aparezca en pantalla el repelente entrenador de Alemania y su apestoso jersey azul, y poner la televisión alemana al finalizar el partido para regocijarse en las lágrimas de los comentaristas. Significa odiar a Maradona y venerar a Paul el Pulpo por darnos la esperanza que necesitábamos. Significa amar la bandera española pero no dudar en usarla para limpiar la cocacola derramada por toda la mesa. Eso es ser patriota, ser español.

Acabaré con una de las frases pronunciadas por Berto Romero en el programa de ayer de Buenafuente, una frase que, en mi opinión, refleja a la perfección el espíritu de la roja (no sé de qué manera, se trata de una frase demasiado alegórica). Dice así:
"Tengo la suficiente flexibilidad como para colocar ambas piernas tras la nuca, echar mis codos hacia atrás, girar mi cuello ciento ochenta grados, introducir la cabeza en el recto y dar varias volteretas en esta postura, pero me lo reservo, porque el día que lo haga moriré."
Os dejo así, pensativos. Hasta pronto.

6 de julio de 2010

Tic Tac


Hoy, en el transcurso de mi divertido día (divertido en el sentido más irónico posible), he descubierto una cosa. Puede que no os lo creáis y la verdad es que yo tampoco, pero es que no le encuentro otra explicación: controlo el tiempo.
Borrad esa estúpida sonrisa escéptica de la cara y esperad a que os lo explique. Después os podéis reir a gusto si queréis.

No sé si decir que controlo el tiempo es lo más adecuado (bien empiezo; no hay mejor manera de defender una idea que desautorizándola nada más comenzar), primero porque me faltan días de entrenamiento hasta lograr dominar tan increíble don y, segundo, porque sé que no dudaréis en pedirme inmediatamente que lo utilice a vuestro favor. Antes de que me lluevan los comentarios ofreciéndome dinero, favores y jamones de pata negra a cambio de mi ayuda, dejádme que os diga que mi poder puede resultar muy peligroso, casi tanto como gritar "¡Bomba!" en el aeropuerto de Nueva York, o como comenzar una discusión para determinar qué artista es mejor, si Miley Cyrus o Falete. Por ahora, es este poder el que me domina a mí, y no al revés.

Hoy mismo, sin ir más lejos, en mi clase de inglés matinal en una academia (sí, lo sé),
cada vez que miraba el reloj de mi muñeca habían pasado apenas treinta simples e insignificantes segundos, un minuto a lo sumo. El tiempo se ha ralentizado de tal manera que podía ver perfectamente la saliva del profesor borboteando entre sus labios, fluyendo y salpicando a cámara lenta en cada "s", lo juro. Y claro, cuando esto pasa resulta inútil tratar de enterarse de algo, debido a que, como todos sabemos, a cámara lenta la voz se distorsiona. Así que, espero que me entendáis, no me ha quedado más remedio que dejar de escuchar (muy a mi pesar) y buscar alguna distracción en los múltiples cuadros que cuelgan de las paredes, algunos con mensajes tan profundos como "Experience is the best teacher" o alguna otra memez por el estilo.

En fin, seguro que pensáis que esta ralentización se debe al efecto del aburrimiento extremo. Nada más lejos de la verdad, estaba pasando un gran rato hasta aquel inevitable desajuste temporal. La prueba definitiva es que, esta misma tarde, incluso mientras estoy escribiendo esto, la aguja de las horas del reloj se mueve a la velocidad de la de los minutos, y la de los minutos a la velocidad de la de los segundos. Ni siquiera distingo a la aguja de los segundos de lo rápido que se mueve. Y yo no puedo hacer otra cosa, aparte de acurrucarme en mi sofá alzando las manos y pronunciando a gritos todo tipo de conjuros para detener este desconcertante pasar del tiempo. En serio, es como si alguien le hubiera dado al botón de rebobinar p'alante del video (¿como cojones se llama ese botón?) y éste se hubiera quedado atascado.

En fin, debería parar de escribir. Mis padres están mirándome asustados desde la entrada del salón (como si se extrañaran de que su hijo grite palabras inconexas para detener el tiempo. Qué ignorante se puede llegar a ser).
Sé que tarde o temprano acabaré por domar mi poder. Hasta entonces, tendré que asumir que en mi vida van a continuar sucediéndose estos cambios. Y, como dijo aquel gran filósofo al que todos conocemos, "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad".


Mañana más pero no mejor, es imposible.

5 de julio de 2010

Primer Paso



...Y quién sabe cuántos más vendrán después. Puede que al rato me canse y deba sentarme a descansar un rato, o puede que me encabezone en no moverme de donde me he quedado. Yo soy así, si me da la gana posponer algo, lo pospongo (puede que de ahí venga el título, una frase que siempre digo yo, pero saca tus propias conclusiones). Igual empiezo una cosa con toda la ilusión del mundo, que, a la mañana siguiente, me parece la tontería más grande que he hecho. Lo curioso es que, 24 horas después, vuelve a interesarme el asunto, y así entro de cabeza en un desesperante círculo sin fin (más bien, entro con un sonado planchazo, de estos que te das en la piscina y te retuerces de dolor bajo el agua, antes de salir a la superficie y fingir que no te has hecho nada de daño). Sin ir más lejos, no hay más que ver mi amago de novela, esa que empecé hace aproximadamente cinco años, que retomo un verano tras otro, y que, simultáneamente, olvido un septiembre tras otro. Claro, es obvio que el tema elegido por un niño de doce años para su novela no es el mismo que elegiría uno de diecisiete, pero por mis narices que yo la acabo. Así que aquí me tenéis, por la página 400, en la que el elfo protagonista lucha contra una descomunal criatura alada (¿?).

En fin, espero que este blog no siga ese vergonzoso ejemplo y se convierta en un amago de blog a los pocos días. Tengo varios indicios de peso para creer que no lo hará. Primero, estamos en julio; Por lo menos en mi vida, julio supone una lucha constante contra el aburrimiento. Segundo, estoy prácticamente solo, y, por tanto, sin demasiadas distracciones (no sintáis lástima por mí, soy de esa clase de personas que también disfruta con la soledad). Y tercero, la más temblequeante y, por otra parte, contundente de mis razones, es que me apetece tener un sitio donde escribir lo que se me pasa por la cabeza, al margen de las acaloradas batallas de elfos con las que tendré que cargar en breve.
Después de todo este rollo, entendería que no quisieras seguir leyendo las posibles entradas que le sigan, incluso puede que te hayas cansado en el primer párrafo y no puedas leer esta disculpa, pero qué se le va a hacer.

No puedo decir mucho más, aparte del clásico "espero que lo disfrutéis". Perdonad mi abrumadora sinceridad, pero casi prefiero "espero que yo lo disfrute", básicamente, porque, si yo no lo disfruto, entonces se acabó el blog, ergo, se acabó vuestro disfrute.
Un último apunte: como siempre suelo escribir con música de fondo, escribiré en cada entrada la canción que he escuchado en el momento de escribirla. ¿Algo inútil? Sí. Pero me da la gana, cojones.
Si pincháis en ella, os lleva a youtube y la podréis escuchar.


Un saludo y hasta la próxima.